A mediados del siglo XIX, Elisha Graves Otis inventó el ascensor tal y como lo conocemos hoy en día, aunque los mecanismos para mover cargas llevan existiendo más de dos milenios. Los primeros montacargas que se inventaron eran plataformas abiertas suspendidas con cuerdas de cáñamo y accionadas por personas y animales. Se cree que la primera plataforma elevadora la diseñó Arquímedes en el siglo III a.C., pero fueron los romanos quienes extendieron su uso. Para muestra de ello el Coliseo de Roma, que contaba con hasta 28 montacargas para transportar materiales de construcción y subir las bestias a la arena para luchar con los gladiadores.
Los ascensores para transportar pasajeros tardaron bastante más en llegar. Se cree que uno de los primeros personajes históricos en darles uso fue el Rey Luis XV de Francia, quien discretamente había ordenado construir un ascensor en el Palacio de Versalles para conectar la habitación de su amante con las estancias reales. Con la llegada de la revolución industrial, los británicos Decimus Burton y Thomas Hornor diseñaron un ascensor a vapor para subir a los turistas a una altura considerable del centro de Londres y que pudieran admirar las espectaculares vistas a cambio de unas monedas.
Los montacargas y ascensores de vapor se extendieron por toda Europa y Norteamérica durante las siguientes décadas pero, tras varios accidentes mortales, la seguridad se convirtió en una gran preocupación. La persona que resolvió este problema, permitiendo la construcción de grandes edificios, fue el estadounidense Elisha Graves Otis, fundador de la actual Otis Elevator Company. En 1852, Otis inventó un sistema de seguridad basado en una especie de freno que se accionaba en caso de que el ascensor se desplomase. El invento fue presentado en la feria de Nueva York del año 1854 y, tan solo tres años después, Otis instalaría su primer ascensor comercial. Los ascensores de vapor dieron paso a los hidráulicos y posteriormente a los eléctricos, mejorando la velocidad y la altura que podían llegar a alcanzar, lo que permitió el desarrollo de los primeros rascacielos.
Al otro lado del charco, un fabricante finlandés llamado KONE comenzó a desarrollar sus primeros ascensores en 1918. El primer año, con una plantilla de 50 empleados, KONE construiría cuatro ascensores comerciales; diez años más tarde, habría producido más de 1.000 ascensores. Hoy en día, KONE es el tercer fabricante de ascensores más importante del mundo, solo por detrás de Otis y Schindler. KONE, que facturó en 2022 casi 11.000 millones de euros, cuenta con 60.000 empleados en todo el mundo, está presente en 60 países y por sus ascensores, escaleras mecánicas, bandas transportadoras y puertas automáticas pasan más de 1.000 millones de personas cada día. La reputación, marca y tradición son esenciales para liderar un sector que ha vivido una consolidación reciente (siete empresas controlan la gran parte del mercado global).
El negocio de los ascensores es sencillo de entender. Los fabricantes compiten por proyectos de diferente envergadura y complejidad y lo hacen ofreciendo un precio muy próximo a su coste de producción (es poco frecuente obtener márgenes EBIT superiores al 7% en esta línea de negocio). El objetivo es hacerse con el mantenimiento posterior del proyecto, que es con lo que realmente ganan dinero los fabricantes. Generalmente, y excluyendo algunas geografías concretas de las que hablaré más adelante, los fabricantes suelen tener una tasa de éxito entre el 85 y 90%. Esto quiere decir que en 9 de cada 10 instalaciones, el cliente acaba firmando un contrato de mantenimiento con el fabricante original. Los unit economics del negocio de mantenimiento son muy interesantes: el cliente paga por adelantado, los márgenes brutos están entre el 85 y 90% excluyendo el coste de mano de obra del técnico que hace la revisión del ascensor y los márgenes operativos entre el 20-30% una vez se tiene en cuenta este coste. El mantenimiento es la parte del negocio más ligera en activos, que más flujo de caja genera y la más estable gracias a que los ascensores deben tener un contrato de mantenimiento por ley, independientemente de las circunstancias macroeconómicas.
Los ascensores son productos que pueden llegar a costar entre 30.000 y 500.000 euros dependiendo la altura del edificio, la velocidad, la capacidad de carga y el diseño. Independientemente de que Otis, Schindler, KONE, ThyssenKrupp, Fuji, Hitachi y Mitsubishi, que conforman más del 60% del mercado de nueva instalación, estén presentes en todo el mundo, cada geografía es diferente y tiene dinámicas locales distintas. Un fabricante puede estar dispuesto a hacerse con un proyecto de medio millón de euros a beneficio cero porque controla el mantenimiento de la mayor parte de los ascensores de la ciudad y sabe que el beneficio incremental de conseguir el mantenimiento de ese proyecto es muy atractivo. La densidad o la optimización de las rutas son la clave para competir con éxito en este sector.